A la
mañana siguiente, se encontró con otra sorpresa en su casa. A la hora de
desayunar, Trevor aún se encontraba allí.
—¿No
deberías estar trabajando?
El
muchacho la miró por encima de su vaso y sus tostadas y le sonrió burlón.
—Ya no
trabajo en la gasolinera por las mañanas.
—¿No?
—No,
ahora trabajo en el comedor del instituto—anunció.
—¡¿Qué?!
¿Tú estás loco?
—No,
pero lo he hablado con nuestros padres y pensamos que es una buena idea que yo
también esté por allí para poder ayudarte si lo necesitas—explicó.
—De
acuerdo, pero ni se te ocurra hablarme—advirtió—. Como si no me conocieras.
—Ok, ok—alzó
las manos en son de paz—, si te veo te ignoraré como si me hubieses afrentado.
—Bien—asintió—.
Y deja de leer libros de caballerías, por favor. Que te vas a poner más loco
que Don Quijote.
El chico
se rió por el comentario y siguió desayunando. Caroline se sentó a la mesa y
comenzó a desayunar también. Según ella, necesitaría energías para enfrentar
otro día de instituto.
Caminó
de prisa por la calle, esquivando a todas las personas con un aspecto algo
peculiar. Su uniforme era atrayente para los ladrones, pero no podía llevarlo
en la mochila porque se arrugaría. Así que lo llevaba puesto, y en su mochila
llevaba ropa de calle. Cuando el día acabase, dejaría el uniforme en su
taquilla y todo solucionado.
Nada más
entrar al instituto pudo ver delante de ella a Jeremy y Patrick, cuyas espaldas
resaltaban notablemente entre las del resto de alumnos. Una gran espalda
perteneciente a un chico alto y al lado un chico bajito y ligeramente
encorvado. Ella no sabía cómo dos personas tan distintas podían ser amigas.
Como si
estuviese oyendo sus pensamientos, Patrick se dio la vuelta y le sonrió
tímidamente. Jeremy imitó su gesto, pero en lugar de tímida, su sonrisa era
totalmente descabellada. Hizo que le entrara un escalofrío.
—Hola,
pequeña—la saludó el rubio—. ¿Qué haces aquí tan temprano?
—Cosas
de asistentes, ¿y vosotros?
—Clases
de refuerzo—contestó Patrick ante el silencio de su amigo—. Faltamos el día del
examen y este es nuestro castigo.
—Pero
mereció la pena—alegó Jeremy mirando a Patrick—. Y lo sabes.
—Lo sé.
Caroline
se sintió confusa y no entendió bien a qué venían esas sonrisas de complicidad.
La curiosidad ardía en su cerebro, pero decidió que era mejor no saber nada.
—Bueno,
pues que se os den bien las clases de refuerzo—deseó—. Yo ya me voy yendo.
—Vale, y
cuando lo veas, dile a Eric que es un capullo sin escrúpulos—ella lo miró
entrecerrando los ojos y el alto chasqueó la lengua—. Solo díselo, él sabe por
qué.
—De
acuerdo, como quieras.
Se
encogió de hombros y comenzó a andar en dirección el laboratorio D, donde ya la
esperaba Eric con la bata blanca puesta y su cuaderno en mano.
—Llegas
temprano.
El chico
se dio la vuelta con rapidez y la miró sorprendido.
—No te
he oído llegar.
—Tengo
un mensaje para ti de Jeremy—le sonrió—. Dice que te diga que eres un capullo
sin escrúpulos.
Totalmente
alejado de sus predicciones, el chico comenzó a reír a mandíbula batiente y
cuando pudo recomponerse y coger aire de nuevo le sonrió.
—No te
preocupes—dijo adivinando lo que significaba su mirada—. No me he vuelto loco
ni nada.
—Como
digas.
Caroline
cogió el botiquín y se puso la bata. Salió del laboratorio y fue a curar a
Logan, que esperaba sentado en el mismo lugar en el que había estado el día
anterior. Al terminar, tomó una decisión, iría a hablar con Thomas. Le vendría
bien tener contacto con el líder de los vampiros para poder sacarlos de allí.
Después
de mirar en cuál de las habitaciones estaba, entró sin pensárselo mucho. Allí
estaba un chico alto, rubio, con los ojos rojos y una cicatriz cruzándole el
ojo izquierdo que por lo que le había dicho Logan, debía ser Thomas. A su
alrededor estaban cuatro chicos situados un poco detrás de él. Como en posición
de respeto, o algo así, pensó Caroline.
—Vengo a
encargarme de tus heridas.
Los
vampiros se rieron y ella se acercó como si realmente no les temiese. Intentó
agarrar la mano izquierda del chico, que estaba llena de vendas, pero él la
agarró por la barbilla con la derecha. Obligándola a centrar sus ojos en él.
—¿Por
qué no debería matarte?
—Porque
puedo ser tu vía de escape—contestó y las aletas de su nariz se ensancharon—.
Suéltame.
—¿Cómo
podemos estar seguros de que dices la verdad?—preguntó uno de ellos.
—No
podéis—contestó ella—. Pero no tendréis más oportunidades. Quiero sacar a todos
los enfermos de aquí, merecéis ser tratados como personas.
—Me
gusta tu forma de pensar—comentó Thomas y le tendió la mano izquierda,
permitiéndole curarle—. Y dime, Caine, ¿cómo está tu hermano?
Caroline
se congeló y miró al vampiro algo temerosa. Este se rió y señaló la cicatriz de
su ojo.
—Hace
siete años intentamos escapar aprovechando la primera prueba de los entonces
asistentes, tres por parte de Caine y uno por parte del director. Intenté usar
al viejo Caine como escudo, pero no fue buena idea. ¿Sabes por qué?
La chica
enderezó la espalda y miró al vampiro con dureza, intentando esconder el
temblor de sus manos.
—La
pequeña de Caine cogió uno de los cuchillos quirúrgicos y me cruzó la cara cuando
intenté tocar a su papi—explicó y ella tragó el nudo de su garganta como pudo.
Dio un
pequeño paso atrás, intentando pasar desapercibida, pero no lo consiguió y
Thomas se rió. El miedo enfriaba sus venas y la dejaba helada poco a poco.
—¿Sabes
cómo murió tu padre?—ella negó—. Muchos intentan achacároslo a nosotros, pero
la realidad es que fue el mismísimo director, que se libró de él cuando Caine
intentó liberar a sus discípulos.
—¿Por
qué me cuentas todo esto?
Para su
gran sorpresa, el chico le sonrió amablemente.
—De
ahora en adelante estaremos en el mismo bando, no quiero que pienses que somos
unos asesinos ni nada de eso. Ya sabes—le guiñó un ojo—, la confianza es vital
en una relación.
Caroline
cuadró los hombros y le devolvió la sonrisa, acercándose de nuevo para curarlo.
—No sé
cuándo podré sacaros—informó.
—Eso no
importa. Aunque como muestra de buena voluntad, me gustaría que me hicieras un
favor.
La chica
lo miró entre su flequillo y se encogió de hombros.
—Tú
dirás.
—Quisiera
que nos dejen salir de aquí—pidió—. No tiene por qué ser mucho tiempo ni en
campo abierto—explicó—. Con que podamos salir a un sitio donde se vea el cielo
y corra el aire nos bastará.
—Parece
razonable—comentó ella, guardando las cosas en el botiquín—. Veré qué puedo
hacer.
Salió de
la habitación y cerró la puerta tras de sí. Andando con rapidez puesto que las
clases empezarían en pocos minutos, y llegó al laboratorio para dejar el
botiquín. Allí seguía Eric, apuntando cosas en su cuaderno.
—Ya he
curado a los vampiros—informó y el chico asintió—. ¿Vamos a clase?
—Sí,
vamos—dejó su cuaderno y la bata—. Cuándo dices vampiros, ¿te refieres a…?
—A los
implicados en la pelea.
—¿Qué?
¿Al bruto también?
Ella
suspiró por su forma de referirse a Thomas.
—Sí, a
ese también.
—Guau.
—Por
cierto, he estado pensando que podríamos dejar salir al patio a los infectados
con el 3.0.F.S.
—¿¡A los
vampiros!?
—Sí—asintió
y lo agarró del brazo—. Tranquilo, es que creo que si los dejásemos salir de
vez en cuando habría menos tensiones y no se pelearían tanto. ¿No crees?
—Sí,
puede que tengas razón—concedió con suspiro—. Bueno, hablaré con mi padre y a
ver qué consigo.
—¿Qué
tiene que ver tu padre con esto?
Eric la
miró extrañado y ella le devolvió la mirada confusa.
—¿No
sabes quién es mi padre?—ella negó y él soltó una carcajada—. Bueno, al menos
ahora sé que no eres amable por conveniencia.
—No me
estoy enterando de nada—declaró ella y él volvió a reírse.
—Mi
padre es el director del instituto.
Caroline
se congeló en el sitio de nuevo y miró a Eric con nuevos ojos. Se había fiado
muy pronto de él. Si era el hijo del asesino de su padre, no podía confiar en
él en lo más mínimo. Aunque por otro lado, pensaba, no tenía por qué ser como
su padre. Parecía amable y sincero.
Sus
instintos comenzaron a marearla. Una parte de ella le decía que era de fiar, la
otra la instaba a correr muy lejos y no volver a dirigirle la palabra.
—¿Estás
bien?—le preguntó, apartándole el pelo de la cara—. Estás pálida.
—No es
nada, solo que me has sorprendido.
—Vale—se
rió y ella lo miró con ojos inquisitivos—. Vamos a llegar tarde a clase.
Comenzó
a andar de nuevo y ella lo siguió, poniéndose a su lado de nuevo.
—¿De qué
te ríes?
—No,
nada—volvió a reírse—. Es que es la primera vez que alguien palidece al
saberlo. Normalmente comienzan a hacerme la pelota.
—Ya veo—asintió
ella—. De verdad que solo es que me ha sorprendido.
—Vale—reía—,
si te creo.
Entraron
a clase y se sentaron en el sitio que ocuparon el día anterior. Las clases se
sucedieron con normalidad y en la comida, Jeremy y Patrick no aparecieron. Eric
le explicó que era normal en ellos lo de desaparecer de vez en cuando para
hacer alguna trastada.
En el
laboratorio vieron las reacciones en perros del virus PQ23, o lo que era igual,
como un perro puede transformarse en un gato grande modificando su ADN.
Ya fuera
del instituto, con su ropa de calle y de camino a casa, Eric la sorprendió con
una proposición.
—Este
sábado ponen una película en el cine al aire libre a media noche, y me
preguntaba si querrías venir conmigo.
Lo miró
algo extrañada, pero le sonrió.
—Lo
hablaré con mi madre, y mañana te lo digo, ¿vale?
—Cla—tosió—,
claro, hasta mañana.
—Hasta
mañana.
Se
despidieron y ella volvió a su casa con una extraña sensación de alegría a su
alrededor, envolviéndola. Aunque con un hermanastro sobre protector, toda
sensación de felicidad relacionada con un chico resulta destruida.
—¿Qué es
eso del cine a media noche?
Caroline
soltó un gritito de sorpresa y se tapó la boca con las manos, sintiendo que el
corazón se le saldría del pecho.
—Me has
asustado.
—Pues
vale, ¿qué es eso del cine a media noche?—insistió—. Y ¿quién es ese?
—Es
Eric, el otro asistente, y lo del cine a media noche… pues no estoy muy segura.
—¿Y vas
a ir?—demandó saber.
—Puede
ser divertido.
Abrió la
puerta del portal y pasó sin esperarlo, subiendo al piso y yendo directo a su
habitación con la escusa de tener deberes, aunque no tardó mucho en terminarlos
y Ana la llamó a cenar.
—Oye,
¿qué es eso de ir al cine al aire libre con un chico?—le preguntó.
—Ah, eso—suspiró
y miró mal a Trevor—. Iba a pedirte permiso. Eric, el otro asistente, me ha
dicho que si quería ir con él.
—¿Solo
ir al cine?
—Solo ir
al cine—confirmó ella.
—Muy
bien, entonces vale.
Trevor
miró de la una a la otra con rapidez e indignación.
—¿Ya
está?—preguntó—. ¿Vas a dejar que vaya?
—Se pasa
el día entre enfermos que pueden ser violentos—contestó Ana—. Una cita no puede
ser más peligrosa que eso.
—Así se
razona, mamá.
Trevor
hizo una mueca ante la sonrisa de Ana y se fue a la habitación refunfuñando.
Nunca le había gustado que los demás se acercasen a Caroline porque temía que
la hiriesen. Aunque, conociéndola, era consciente de que preocuparse era una
idiotez. Nadie podría hacerle daño a ella, y pese a que lo sabía, quería evitar
cualquier contacto.
Tras la
cena, Caroline entró a la habitación de puntillas, intentando no despertar a
Trevor, aunque este solo fingía dormir. Después de cambiarse tras el biombo en
la esquina de la habitación, la chica se metió en su cama y, como él, fingió
dormir el resto de la noche.
Cuando
el despertador sonó, ambos se sentaron y se miraron desde sus camas con sendas
ojeras.
—Tengo
sueño—dijo ella antes de levantarse y coger su ropa.
Salió de
la habitación y fue al baño a cambiarse y prepararse para un nuevo día. Al
salir, se topó de lleno con Trevor, que la miraba ceñudo. Seguramente estaba en
su típica huelga de habla. Siempre que se enfadaba con ella, dejaba de hablarle
durante un periodo indeterminado. Su máximo había sido dos semanas.
Al
llegar al laboratorio no vio a Eric como los días anteriores, por lo que esperó
hasta que la campana que anunciaba el comienzo de las clases sonó y ella tuvo
que correr para llegar antes que su profesor, que la miró mal cuando lo
adelantó por los pasillos.
Eric
tampoco estaba en la clase y no llegó hasta pasada media hora de lección.
—Disculpe,
he sufrido unos inconvenientes.
Los
murmullos llenaron el aula mientras el chico caminaba hacia su sitio al lado de
Caroline. Esta lo miró con una mezcla de sorpresa y preocupación.
—¿Qué te
ha pasado?—murmuró.
Él negó y
vocalizó un “luego te lo cuento”.
Eric
tenía la cara llena de arañazos, el pelo revuelto y un golpe de apariencia
dolorosa en la mano izquierda.
En
cuanto la clase finalizó, Caroline lo arrastró hasta el laboratorio D, en el
que comenzó a curarle las heridas con rapidez.
—Intenté
curar a los vampiros—respondió a la pregunta que ella pretendía hacerle—. Pero
el cabecilla ese la tomó conmigo y me arreó.
—Ya veo—asintió
ella mientras pasaba un algodón con alcohol por su mejilla—. Bueno, me alegro
de que no haya sido nada peor.
—Yo
también—le sonrió—. ¿Has…? Bueno, ¿has hablado con tu madre?
—Ah, sí—contestó
ella sin mirarle—. Puedo ir—le sonrió.
—Genial—le
devolvió la sonrisa—. Y en cuanto a lo de dejar salir a los vampiros… mi padre
ha aceptado.
—Fantástico.
—Sí, ha
dicho que quiere probar el medicamento nuevo.
—¿Medicamento
nuevo?
—Sí—asintió
él—. En las habitaciones, los enfermos están constantemente rodeados de una
radiación que impide que el virus los transforme del todo. Esa medicina haría
que el proceso se detuviera naturalmente y no tuviesen que estar encerrados
más.
Caroline
lo miró boquiabierta y luego lo abrazó.
—Eso es
genial—lo apretó. Él le devolvió el abrazo algo confuso, pero aprovechando la
oportunidad—. Es un gran avance.
—Sí—se
separaron—. Aunque tiene una parte mala. Pese a que el proceso se detiene, los
enfermos siguen sin poder hacer cosas como salir al sol o bajo la luna llena.
Pero ya la iremos perfeccionando.
···
Esa misma noche, los vampiros tomaron el medicamento y salieron a la luz de la luna. Estaban rodeados de guardias y profesores, pero no les importó. Por fin habían podido salir, aunque fuese solo un poco y estuviesen siendo sondeados.
—Asistente—la
llamó Thomas y ella se acercó ante la atenta mirada del resto—. Gracias por
esto—murmuró.
—De nada—respondió
al mismo nivel—. ¿Sientes algo raro o nuevo?
—No.
—De
acuerdo—lo apuntó en su libreta y se dio la vuelta, volviendo con el resto—.
Parece no haber rechazos.
—Eso
parece—asintió Eric.
—Asistentes,
podéis volver a vuestras casas—les dijo el profesor William—. Buen trabajo.
Ambos se
despidieron y entraron en el instituto de nuevo. Ninguno hizo comentario
alguno, pero Eric suspiraba con regularidad.
—¿Te
ocurre algo?
—No,
nada—contestó y ella le mandó una mirada inquisidora—. Es solo que, durante mi
primera prueba, había conmigo otros dos asistentes cuatro años mayores que yo y
una niña pequeña—se paró un momento—. Bueno, no era realmente una niña pequeña,
tenía mi edad, pero era muy bajita—corrigió—. El caso es que unos enfermos que
intentaban huir nos atacaron, ellos me apartaron y la niña que era hermana de
uno de ellos hirió a un vampiro, yo no pude hacer nada. Hace poco me enteré de
que siguen aquí. Uno de ellos entres los enfermos de vampirismo y el otro de
licantropía.
Caroline
sintió un nudo en su garganta y sudor frío recorrerle la espalda. Ya sabía de
qué le sonaba ese chico.
—Los
chicos están aquí, pero—dijo ella, pensando una forma de asegurarse de que no
la había reconocido—, ¿qué pasó con la niña?
—Ni idea—contestó—.
Su padre murió en una segunda revuelta y ella y su madre se fueron de aquí—miró
el techo de nuevo y suspiró—. Lo peor es que no recuerdo sus nombres… nada. Es
desesperante.
—Si no
lo recuerdas no tienes que forzarte—lo aconsejó—. Si tu mente no quiere
recordarlo, deber ser por algo.
“Porque
no quiere que me descubras, por ejemplo”, rellenó ella en su cabeza.
—Sí,
creo que tienes razón—suspiró de nuevo.
—Venga,
no te pongas así—lo animó—. Estamos haciendo grandes avances.
—Cierto—asintió—.
¿Quieres que te acompañe a tu casa? Es tarde.
—No hace
falta—le sonrió—. Pero gracias de todas formas.
Los dos
volvieron a quedarse en silencio, de forma que solo se oían el golpeteo de sus
pasos contra las baldosas del instituto. Todo a su alrededor estaba oscuro,
apenas había luces encendidas, y era aterrador. Un instituto por la noche le
parecía a Caroline un escenario perfecto para una película de terror.
De
pronto, unos pasos rápidos sonaron detrás de ellos y los corazones de ambos dieron
un vuelco, aunque ninguno de los dos lo demostró.
—¡Asistentes!—gritó
una voz a sus espaldas—. Id a las habitaciones de los licántropos a darles la
medicación nueva. Mañana harán las pruebas con ellos.
El
hombre que les había gritado se dio la vuelta sin esperar contestación y los
dos suspiraron al unísono para reírse juntos segundos después.
—Tenemos
trabajo—comentó Eric y cambiaron el rumbo—.Aunque como los licántropos me
traten igual que los vampiros, voy mal.
—No te
preocupes, si quieres ya lo hago yo—se ofreció—. Tengo don de gentes.
“Y un
hermano en las habitaciones”.
Tras
recoger los medicamentos del almacén, entraron a la zona H, en la que se
encontraban las habitaciones de los licántropos. Cuando encendieron las luces,
todos comenzaron a ladrar y gruñirles a más no poder. Uno de ellos les dijo que
su líder podría ponerle pegas y cuando Caroline preguntó cómo podrían
identificarle, la respuesta la hizo temblar.
—Solo
mírale el pelo.
Tres
habitaciones después vieron lo que ella estaba ansiosa por encontrar.
Definitivamente había hecho bien en teñirse el pelo. Si Eric hubiese visto el
pelo de ambos hermanos juntos, se habría dado cuenta de que eran familia.
Ese cabello atigrado solo podía pertenecer a
una persona.
—Eric,
por qué no te encargas de las siguientes habitaciones—propuso—.Cuando termine
aquí te alcanzo.
—De
acuerdo.
El chico
salió sin hacer preguntas, algo le dijo en los ojos de ella que no sería buena
idea ignorar su petición.
En la
habitación, el líder de los licántropos miraba a la chica de arriba abajo con
una mueca burlona.
—Una
niñita valiente—comentó—, ¿te gusta el peligro?
Caroline
rodó los ojos y negó, más decepcionada que sorprendida.
—Si mamá
te oyese decir eso, te colgaría de las orejas—lo advirtió y el chico la miró
con los ojos muy abiertos—. Vamos, Alex, lo sabes.
Se frotó
los ojos un par de veces y la miró con sorpresa. Aquello no podía ser cierto,
se repetía interiormente.
—¿Carrie?
—Por fin—afirmó
con una carcajada—. Qué lento eres, hermanito.
—¿Qué
haces aquí? Es peligroso.
—Lo sé—le
sonrió y se acercó a él—. Me alegro de que estés bien.
—Y yo de
verte sana—la abrazó durante un par de segundos—. Dime—pidió una vez la había
soltado—, ¿cómo están papá y mamá?
La chica
parpadeó confundida y sintió como su pecho se oprimía.
—Mamá
está bien—respondió con voz ahogada—. Ahora estamos viviendo con Gregor y
Trevor, unos amigos que hicimos en el norte hace unos años.
—¿Y
papá?—preguntó extrañado—. ¿No está con vosotras?
—Alex—respiró
hondo, sintiendo que las lágrimas caían por sus mejillas—, papá murió poco
después de que os capturaran a Logan y a ti.
—¿Qué?
¿Cómo?
—Yo, no
estaba segura de si fueron los vampiros o unos recaderos del director, pero…—cogió
aire y se enjuagó los ojos—. Hace poco hablé con el líder de los vampiros y me dijo
que fue cosa del director, que lo mandó matar cuando intentaba sacaros de aquí.
El chico
se sentó, respirando hondo y con la mirada perdida. Caroline decidió que lo
mejor era dejarle un momento para asimilarlo y mientras tanto les inyectó la
medicina al resto. Cuando terminó, tomó con delicadeza el brazo de su hermano e
inyectó el contenido de la jeringuilla.
—Mañana
a medio día podréis salir al patio—los informó y los chicos y chicas la miraron
sorprendidos—. Esa medicina paraliza el virus sin necesidad de radiación,
aunque no lo detiene del todo. Por lo que no podréis salir en luna llena—explicó
con parsimonia—. Y—decidió añadir—, espero poder sacaros pronto de aquí.
—¿Qué?—la
voz de su hermano se levantó por encima de los murmullos del resto—. ¿Hablas en
serio?
—Por
supuesto. Mamá, Gregor, Trevor y yo lo llevamos preparando durante años—dijo—.
Hay más rebeldes contra el sistema que nos apoyan, pero también necesito
vuestra colaboración total. Sin ella, no podremos crear un nuevo lugar en el
que vivir.
—La
utopía—masculló Alex—, tal y como papá quería.
—Será
una buena manera de no permitir que su sacrificio fuese en vano—contestó ella y
miró a su espalda—. Mejor me voy o Eric empezará a sospechar.
—Pues si
sospecha dale un buen morreo y verás cómo se le olvida—dijo una de las chicas y
las otras se rieron.
—Becca—le
regañó Alex—. ¿Podrías no darle esas ideas a mi hermana pequeña?
—Perdona,
jefe—se rió la chica de pelo rojo y miró a Caroline de nuevo—. Pero si te ves
en un apuro, hazlo. Ese chico huele a que está loco por ti—le guiñó un ojo.
La
aludida se rió y salió de la habitación tras despedirse de todos.
Caminó a
paso rápido por delante de las habitaciones hasta llegar en la que se
encontraba su compañero, por lo que esperó fuera a que terminase. Mientras él
trabajaba, ella lo observó cuidadosamente. Era un chico mono, inteligente y amable.
Sin previo aviso ni motivo, su ritmo cardiaco se aceleró. Provocando que se
sintiera confusa y algo mareada.
—¿Estás
bien?—preguntó una voz a su lado—. ¿Necesitas algo?
Caroline
le sonrió al muchacho para que se tranquilizara y luego negó.
—Estoy
perfectamente, sigamos con el trabajo.
Media
hora después, al fin habían terminado con todos los enfermos y podían irse a
sus casas.
—Te veré
mañana en el laboratorio D—prometió Eric y cada uno se fue por su lado.
Al
llegar a casa, todos la esperaban en la cocina con cara de querer matarla.
—¿Sabes
lo preocupados que estábamos?—preguntó su madre con lágrimas en los ojos—.
Podrías haber llamado o
—He
hablado con Alex—la interrumpió y los ojos de Ana casi salen de sus órbitas—.
Dice que está bien. Me ha preguntado por ti… y por papá. No sabía nada de lo
que pasó.
Su madre
miró al suelo y asintió. De nuevo las arrugas de tristeza y preocupación
inundaban su cara junto con la mueca de sus labios.
—Estamos
experimentando con un nuevo medicamento—anunció de pronto, intentando alejar
los recuerdos de la mente de Ana—. Si todo sale bien, los enfermos no tendrán
por qué estar encerrados con radiación continua. Esta noche hemos hecho la
prueba con los vampiros y ha ido bien, mañana toca con los lobos.
Ana alzó
la cara, sus ojos llenos de lágrimas y una sonrisa en el rostro.
—Tu
padre estaría tan orgulloso de ti—la abrazó—. Gracias.
Ella
devolvió el abrazo sin dudarlo y con una sonrisa.
—No
tienes que darme las gracias—susurró—. Es trabajo en equipo.
—Exacto—dijo
Gregor—. Voy a informar al resto, tenemos que ir planeando una forma de sacar a
los enfermos de allí—sacó su teléfono—. Carrie, entérate de cualquier efecto
secundario, las condiciones necesarias para que los enfermos sobrevivan sin
radiación y cualquier medicamento necesario o en su defecto, cómo hacerlo, por
favor.
—Sin
problemas—hizo un saludo militar al soltarse de su madre.
—Trevor,
contacta a tu tía y dile que vaya preparando nuestro nuevo hogar.
—De
acuerdo.
Mientras
los hombres de la casa empezaban a preparar el golpe, Caroline se fue directa a
su cama tras pensar una manera de conseguir las respuestas a las preguntas de
Gregor. Aunque teniendo a Eric no resultaría difícil.
Por la
mañana, Caroline se encontró un montón de papeles y mapas sobre la mesa del
comedor.
—Tenemos
que encontrar una manera de colarnos en el instituto.
—Ah.
La chica
pasó de la explicación de Gregor y salió del piso cogiendo una manzana para
comer de camino a clase.
—¡Espera!—la
llamó Trevor—. ¿Aún vas a salir con ese tal Eric?
—Sí—contestó
y le guiñó un ojo—. Nunca se sabe cuándo llegará el amor.
—¡NO
BROMEES CON ESO!
Caroline
salió riéndose del edificio por la exagerada preocupación de Trevor. Aunque
ella ignoraba que el muchacho tenía razón, y que no debería bromear con el
amor. Menos en un caso como el suyo.
Tal y
como había prometido la noche anterior, Eric la esperaba en el laboratorio D y
la recibió con una gran sonrisa.
—Buenos
días.
—Buenos
días—lo imitó—. Bueno, ¿qué deben hacer hoy los asistentes?
—Saltarse
las clases y preparar las cosas para la salida de los licántropos—anunció.
—Ahora
entiendo tu buen humor—le sonrió de vuelta—. A veces ser asistente es bueno.
—Y tanto—se
rió—. Anda, vamos a ver los vampiros, que hay que curarlos.
—¿No
querrás decir que YO tengo que curarlos?—lo intentó molestar ella, pero Eric se
rió.
—De
acuerdo, tú los curas y yo observo—aceptó.
Fueron a
la zona de los vampiros y vieron algo sorprendente. Logan y Thomas estaban en
la misma habitación y hablaban con normalidad.
—Vaya,
menudo cambio de actitud—comentó Caroline—. ¿Se puede saber que ha pasado?
—Ayer
hablamos—explicó Thomas con tranquilidad—. Es una tontería pelearnos entre
nosotros.
—Sí—confirmó
Logan—. Pegarnos no sirve de nada, así que ahora nos llevamos bien.
—Qué
prácticos—comentó la chica, que se acercó a Thomas—. Venga, hora de las curas.
Eric la
siguió en silencio y empezó a curar a Logan, que le sonrió esta vez ocultando
los colmillos y pareciendo un chico normal.
Thomas y
su reciente amigo se sonrieron divertidos al ver la compenetración de los
asistentes y mucho más divertidos cuando un aroma familiar les llegó.
—Hey,
asistentes—los llamó Thomas en voz de broma—. Tenéis mucha química, ¿eh?
Ambos
dos se quedaron con las expresiones en blanco, sin saber qué contestar o a qué
se refería.
—Quiere
decir que hacéis buena pareja—explicó Logan—. Apesta a amor desde que habéis
entrado.
El resto
de vampiros en la habitación se rieron por el comentario.
—Vuestro
olfato debe estar mal.
Tras
decir eso, Caroline salió de la habitación y Eric la siguió como un perrito
obediente. Aquella tarde, durante la prueba, todo salió bien. Que su hermano
pudiese salir al sol hizo que la joven casi diera saltos de alegría.
Cuando
la prueba finalizó, mandaron a los asistentes a recoger todo, aunque luego
pudieron irse antes a sus casas, quedando en verse en la puerta del instituto
el día siguiente a las diez.
···
Caroline no podía sentirse más nerviosa mientras caminaba hacia la puerta del instituto, donde Eric la esperaba.
—¿Sabes?
Tengo una buena noticia—le dijo el chico nada más la vio—. El lunes por la
noche harán una fiesta en el instituto para celebrar lo del nuevo medicamento.
Todos los profesores y médicos estarán allí. Incluso los guardias—le sonrió—.
Va a ser genial.
Se quedó
parada un momento, intentando unir las palabras en su cabeza, hacer que
cobrasen sentido. Fiesta, profesores, doctores y guardias concentrados en el
mismo sitio. Era la oportunidad perfecta.
—Seguro
que sí—le sonrió, intentando aparentar normalidad pese a que su cabeza se
encontraba muy lejos.
—Bueno,
y pensé—se paró un momento a coger aire—, que a lo mejor te gustaría ir
conmigo.
—¿Qué?
—¿Quieres
ir conmigo a la fiesta?—algo confusa por la pregunta, ella asintió y él
respondió con una gran sonrisa—. Genial. Bueno, vámonos o pillaremos la peli
empezada.
Durante
el trayecto y lo que duró la película, un amasijo de pensamientos recorrían su
mente. Unos sobre los detalles del plan, otros sobre Eric y lo cómoda que se
sentía apoyada en su hombro. Su mente nunca antes había estado tan confusa.
Pese al
frío de noviembre y estar en un cine al aire libre, en ningún momento sintió
frío. A pocos metros de ella, pudo ver que el resto tampoco tenía frío. La
mayoría eran parejas dándose el lote, solo unos pocos veían la película. Al
notar esto, se sonrojó a más no poder.
Alzó la
cabeza y vio como Eric le devolvía la mirada con una sonrisa tímida. Poco a
poco, él fue bajando la cabeza, hasta que estaba a un solo suspiro de ella.
Cuando iba a alzar la cabeza el suspiro que quedaba entre ellos, una imagen de
Alex cruzó su mente. Seguida de Logan, Trevor, incluso Thomas tuvo su momento.
Intentando
no ser muy obvia, Caroline se apartó de Eric y se levantó.
—Será
mejor que vuelva a casa—dijo con voz ahogada y el corazón golpeándole en los
oídos—. Me lo he pasado muy bien. Hasta el lunes.
Las
palabras salieron atropelladas de su boca y salió corriendo de allí antes de
que pudiese seguirla, antes de que pudiese ver las lágrimas cayendo por sus
mejillas.
En
tiempo record llegó a su casa, donde la esperaba su madre cruzada de brazos.
—No me
importa si te enamoras—dijo con voz serena—. Lo único que me importa es que
tomes la decisión correcta cuando llegue el momento.
Con
delicadeza, Ana apartó los mechones de la cara de su hija y le sonrió con
ternura.
—Quiero
que seas feliz—le aseguró—. Así que, tomes la decisión que tomes, estará bien.
Trevor
llegó por detrás y le dio un pañuelo, sonriéndole.
—No te
preocupes. Si no quieres venir, puedes quedarte en la ciudad. Ya has hecho
suficiente.
Las
palabras que intentaron ser de consuelo, solo consiguieron que ella llorase
más.
—Hay una
fiesta el lunes—dijo entre lágrimas—. Creo que sería la oportunidad perfecta
para sacar a los enfermos.
Ana y
Trevor se miraron sorprendidos, pero asintieron, dispuestos a escuchar todo el
plan de la chica.
···
—Ya es la hora, encanto—le avisó Trevor—. Estás preciosa.
Ella
asintió, caminando en línea recta con sus tacones y asegurándose que su vestido
no se movía demasiado.
—Tú
encárgate de sacar a los enfermos y yo
—Tú no
harás nada—la corrigió su madre—. Esto es cosa nuestra.
—Exacto—asintió
Gregor—. Si quieres quedarte, puedes hacerlo. Nos las arreglaremos bien sin ti.
Todo está preparado.
Sus
sonrisas le infundieron valor.
—Gracias.
Caroline
salió del edificio como otras tantas veces, solo que con una diferencia.
Aquella sería la última vez que lo hiciera. Tomase la decisión que tomase,
aquella había dejado de ser su casa. Sin vacilar, caminó hasta el instituto,
donde Eric la esperaba con una enorme sonrisa y una rosa que enganchó en su
vestido.
—Estás
preciosa.
Ella
apretó los labios y le sonrió algo tímida. Su estómago temblaba.
—Gracias.
Eric le
ofreció su mano y ella lo tomó sin dudarlo. Ese gesto pareció aliviar al
muchacho, que soltó el aire que había estado reteniendo.
Constantemente,
el chico miraba a su pareja de reojo, discutiendo interiormente consigo mismo.
Su padre le había advertido sobre ella. Le había advertido sobre su familia y
sobre sus posibles motivos para estar allí, pero él no los creyó. Su padre lo
achacaba al amor juvenil, él en cambio confiaba plenamente en la chica a la que
sostenía con cuidado. No podía creer de ninguna manera que aquella chica dulce
y gentil pudiera ser una espía de los rebeldes.
Los
minutos se fueron sucediendo. Minutos que Caroline nunca olvidaría, minutos
felices para ella. Sus últimos minutos en aquel lugar. Pese a lo que todos le
decían, ella era incapaz de abandonar a su familia. Y aunque estaba segura de
eso, el peso de su corazón no se marchaba. Cada vez que miraba a Eric, sentía
que quería llorar. Llorar y abrazarlo fuertemente.
Finalmente
se decidió por la segunda, pillando al chico desprevenido. Aun así, él le
devolvió el abrazo, apretándola fuertemente contra sí mismo y no queriendo
soltarla.
Esa era
la primera vez que se enamoraban, tanto para él como para ella. Un sentimiento
extraño que Caroline quería atesorar por su fugacidad.
Eric
decidió que era el momento y con las campanadas de media noche separó un poco a
la chica de sus brazos. Los nervios de ella se tensaron. Había llegado el
momento. Igual que Cenicienta, debía irse a las doce o su carruaje quedaría
reducido a una triste calabaza.
—Te
quiero.
Ella se
quedó sin aliento ante las palabras de él y miró al suelo para no ver su
rostro. Intentando obligar a su cuerpo a moverse lejos de allí, pero no podía.
—No sé
qué contestar eso—murmuró.
—Solo di
que tú también me quieres—rogó, alzando su cara con suavidad y sonriéndole
dulcemente—. Di que te quedarás en el instituto aún cuando acabe tu contrato
aquí.
—Aunque
quiero decirlo, no puedo hacerlo.
Él la
miró serio, ella sentía que rompería en llanto en cualquier momento.
—¿Por
qué?
—Sería
egoísta por mi parte decir eso.
Lo miró
directamente con una sonrisa triste y las lágrimas comenzando a caer.
Sintiéndose tan miserable como ella creía que se vería. Eric le devolvió la
mirada sin llegar a comprender la profundidad de su tristeza o el motivo de
esta, queriendo borra su lágrimas y cualquier cosa que la hiciera llorar.
Las
luces de la sala parpadearon y se apagaron con un estruendo. Todos en la sala
se sorprendieron ante los enfermos que habían invadido la sala, pareciendo
estar a la espera de algo… o de alguien.
Caroline
dio un paso atrás, hacia ellos, Eric la sujetó.
—Es
egoísta que acepte que te quiero—dijo, apretando la mano del chico—. Porque
después de esta noche no volveremos a vernos.
Eric la
miró boquiabierto y apretó aún más su mano, tirando de ella hacia él, pero no
consiguió moverla.
—¡Tú!
¡Suelta a mi hermana!
Uno de
los enfermos corrió hacia ellos, enseñando los colmillos.
—¿Hermanos?—Eric
los miró confuso recordando la conversación con su padre—. El doctor Caine—su
respiración de aceleró—, sois sus hijos.
—Lo siento.
El
murmullo de Caroline apenas fue escuchado por el joven mientras la chica era
arrebatada de sus brazos por un chico al que en otra época había llamado
compañero.
A su
alrededor se hizo un estruendo mientras los enfermos entretenían a los guardias
para que Caroline y Alex pudieran salir, pero él no lo notó. Como si no hubiese
nadie en la sala, cayó de rodillas, ni siquiera notando a sus amigos que lo
llamaban angustiados. Lo único que Eric pudo notar fueron las lágrimas que
bañaban la cara de ella y el sentimiento de sus propias lágrimas mojando sus
mejillas.